Haití: la fina línea entre la vida y la muerte
En el viaje hasta Port-Salut, una población cercana a Los Cayos, la gente vive hacinada en las orillas de la carretera con la esperanza de que algún viajero compre alguno de sus productos. Es un espectáculo que ser va apagando poco a poco
Servicios de Acento.com.do – 16 de octubre de 2016 – 7:00 am – 3
Foto: Alida Juliani/Acento.com.do
Por Alida Juliani/Especial para Acento
“Se nace para vivir y se nace para morir… y para afrontar lo que se presenta”
No es una de esas frases que habitualmente se comparten por las redes sociales, ni es una de esas filosofías budistas tan de moda ahora, no. Es la visión de Alexis, un joven haitiano que conoce el significado de la fina línea que divide la vida y la muerte, una línea que se dibuja con un profundo trazo en el país más pobre de Latinoamérica, y casi del mundo.
Alexis trabaja para la ONG española Bomberos Unidos Sin Fronteras (BUSF) desde que empezó a colaborar con ellos tras el terremoto de 2010, en el que perdió a gran parte de su familia. Desde entonces, ha dedicado su vida a mejorar las condiciones de vida de sus compatriotas más desfavorecidos.
“Antes fue un terremoto, ahora un huracán. ¿Quién tiene la culpa? No sabemos, es la naturaleza. Simplemente, aceptamos”.
Las palabras de Alexis dejan un espacio para la esperanza de una población que sufre constantemente las inclemencias, no sólo de los fenómenos naturales, sino también de un Estado prácticamente inexistente y corrupto que apenas cubre las necesidades básicas de los ciudadanos.
Seis años después del terremoto, sólo la capital Puerto Príncipe parece haber salido, levemente, de la destrucción, pero a medida que avanzas hacia el sur, el paso del huracán Matthew se deja sentir cada vez con más fuerza.
En el viaje hasta Port-Salut, una población cercana a Los Cayos, la gente vive hacinada en las orillas de la carretera con la esperanza de que algún viajero compre alguno de sus productos. Es un espectáculo que ser va apagando poco a poco para dar paso a cientos de árboles arrancados de raíz y casas destrozadas. Entre los restos, los haitianos cocinan lo poco que tienen y despliegan la ropa recién lavada en los ríos cercanos para que se seque.
Todos te piden agua. Quizá alguno se frota la barriga indicando que tiene hambre, pero la frase más repetida es “donne moi de l’eau” (dame agua).
Agua (además de alimentos) es la necesidad básica de las zonas más afectadas por el huracán, que se llevó techos, paredes, árboles y dejó personas y animales muertos por todas partes.
Impresiona ver esa destrucción con las aguas azules del Mar Caribe al fondo, con playas que en algún momento fueron turísticas, completamente arrasadas.
Impresiona ver también la serenidad de la gente, a pesar de todo, el trato amable, las sonrisas, la interacción con quienes les ayudan.
Se hace de noche y junto a la planta de agua instalada por Bomberos Unidos Sin Fronteras la larga fila de haitianos cargados con cubos, botellas, garrafas (cualquier recipiente sirve) para recoger agua potable no cesa. Los niños que acompañan a sus padres se bañan en los grifos de la depuradora y ríen. Nos dicen: “mercí”.
Una señora nos cocina espagueti y arroz antes de ir a descansar apenas unas horas antes de emprender el viaje de regreso.
“Tenemos que afrontar y apoyar a otros. Es la vida. Quién sabe si un día a mis hijos alguien los va a apoyar y ellos también apoyarán a otros en otro sitio. Esto es solo un grano de lo que podemos hacer”, dice Alexis.
Haití: la fina línea entre la vida y la muerte